Milagro eucarístico durante una Misa

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Historia relatada por el Sacerdote Claudio Gatti, en Roma, Italia.

El 11 de junio de 2000, fiesta de Pentecostés, mientras yo celebraba la Santa Misa en la iglesia "Madre de la Eucaristía" se produjo un gran milagro eucarístico.

Acababa de terminar de recitar la fórmula para la consagración del pan cuando la sangre comenzó a brotar de mi hostia.

Para mí el tiempo se ha detenido. Estaba inclinado sobre la hostia que sostenía en mis manos y miraba la sangre divina que se extendía por la mayor parte de su superficie.

Permanecí inmóvil por un tiempo que pareció interminable a los presentes, pues pensaron que me encontraba mal, mientras una palidez impresionante y un fuerte rubor alternaban en mi rostro.

Cuando me recuperé un poco, elevé lentamente la hostia.

Se generó mucha emoción entre los presentes, pero todo transcurrió en un ambiente de profundo recogimiento y viva participación.

Al bajar mi hostia ensangrentada, vi en la patena otras dos grandes hostias que, como luego dirá la Madre de la Eucaristía, habían sido rescatadas de la profanación y llevadas al lugar taumatúrgico, porque "el Obispo, la vidente y los miembros de la comunidad aman mucho la Eucaristía y están dispuestos a dar la vida para defenderla”.

Después de haber recitado la fórmula para la consagración del vino y hecho la elevación del cáliz, tomé la patena que contenía la hostia consagrada manchada de sangre y las otras dos hostias rescatadas de la profanación y pasé por los bancos de la iglesia para que los presentes pudieran verlas de cerca, comprobar la veracidad del hecho, percibir el perfume que emanaba de la hostia ensangrentada para dar testimonio en el futuro del milagro ocurrido.

Cuando hice "la fracción del pan", la sangre seguía goteando ante los ojos de los presentes. Aun con pesar tuve que consumir mi hostia ensangrentada, como prescriben las normas 113-116 del capítulo IV de las instrucciones para la celebración de la Santa Misa contenidas en el misal.

Al recibir la Sagrada Comunión probé el dulce sabor de la sangre de Jesús y sentí un fuerte calor y un intenso perfume que invadió mi interior.

Con este último gran milagro eucarístico Dios ha puesto su sello sobre todos los milagros eucarísticos anteriores que han sido rechazados por los grandes hombres de la Iglesia, que han exigido saber el nombre del sacerdote que había consagrado las hostias que Jesús, Nuestra Señora, los santos y los ángeles han traído al lugar taumatúrgico, incluidas las numerosas hostias que han derramado sangre.

Así como Juan vio salir la sangre y el agua del costado traspasado de Jesús, así yo, obispo ordenado por Dios, la vidente Marisa Rossi y mucha gente vimos salir la sangre de la hostia consagrada por mí y podemos repetir con el apóstol: "El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis." (Juan 19,35).













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