Los "signos de los tiempos": Una mirada desde la Iglesia

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La expresión "signos de los tiempos" tiene sus raíces en los Evangelios. Jesús, al ser interrogado por fariseos y saduceos que pedían una señal del cielo, les respondió: “Sabéis distinguir el aspecto del cielo, pero no los signos de los tiempos” (Mt 16,2-3). En Lucas (12,54-57), Jesús usa ejemplos como las nubes y el viento para cuestionar su incapacidad de interpretar el momento presente y discernir lo justo.

Esta idea de interpretar la realidad humana a la luz de Dios permaneció vinculada al contexto bíblico hasta que el papa Juan XXIII la introdujo en el vocabulario del Magisterio. Junto con el Concilio Vaticano II, la expresión adquirió un alcance sin precedentes, inspirada en la obra del teólogo Marie-Dominique Chenu. La Iglesia adoptó una visión positiva del mundo, no como un lugar de ruinas, sino como un espacio donde Cristo habita y actúa.

El Concilio Vaticano II y el discernimiento colectivo

El Concilio destacó la importancia de escrutar los signos de los tiempos a la luz del Evangelio. Esto implicaba un discernimiento colectivo y una respuesta activa de la Iglesia. Como señaló Monique Baujard, exdirectora del Servicio Nacional Familia y Sociedad de la Conferencia Episcopal francesa, el Concilio promovió un enfoque pastoral y dialogante, alejándose de un modelo vertical de enseñanza.

Pablo VI reforzó esta idea en su encíclica Ecclesiam suam (1964), afirmando que “la Iglesia se hace diálogo”. Este enfoque sigue vigente, especialmente bajo el pontificado de Francisco, quien llama a una Iglesia “en salida”, atenta a las periferias existenciales y al “grito de la tierra y de los pobres”.




Los "signos de los tiempos" en la doctrina social de la Iglesia

Aunque la expresión aparece con menos frecuencia, ha influido en documentos clave como:

Pacem in terris (Juan XXIII, 1963): sobre la Guerra Fría.

Populorum progressio (Pablo VI, 1967): sobre el desarrollo.

Centesimus annus (Juan Pablo II, 1991): sobre la caída del Muro de Berlín.

Caritas in veritate (Benedicto XVI, 2009): sobre la globalización.

Laudato si’ (Francisco, 2015): sobre la ecología.

Cada uno aborda cuestiones urgentes de su tiempo, siempre desde la defensa de la dignidad humana y el bien común.

Desafíos y críticas

Aunque la fórmula ha sido bien recibida, algunos teólogos han señalado su ambigüedad. Paul Valadier, SJ, cuestiona cómo asegurar que la interpretación de los signos no sea una proyección personal. Claude Geffré, OP, advierte sobre un optimismo excesivo que ignore el sufrimiento y la injusticia.

¿Sigue siendo relevante hoy?

En un mundo marcado por crisis sociales, migratorias y climáticas, los signos de los tiempos se disciernen en lo cotidiano: en las familias, comunidades y periferias. Como afirma Xavier Debilly, sacerdote y teólogo, no hay una lista definitiva de estos signos, sino que se manifiestan en las realidades concretas donde se expresan las necesidades de los más vulnerables.

El Concilio Vaticano II lo resume así: “Es deber permanente de la Iglesia escrutar los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio” (Gaudium et Spes, n. 4). En última instancia, el único signo definitivo es el de la Cruz y la Resurrección, que nos recuerda que Dios no abandona a nadie a la soledad o la muerte.

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