San Óscar Romero: La Voz Profética de El Salvador
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Óscar Arnulfo Romero y Galdámez nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, un pequeño poblado en el oriente de El Salvador. Desde muy joven sintió el llamado al sacerdocio, ingresando al seminario menor a los 13 años. Sus estudios lo llevaron hasta Roma, donde fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942, en medio de la Segunda Guerra Mundial.
Durante los primeros años de su ministerio, Romero fue un sacerdote obediente, dedicado a la formación, la predicación y la vida parroquial. Su estilo reservado y su fidelidad a la doctrina tradicional lo hicieron ver por muchos como conservador. Sin embargo, Dios lo preparaba en silencio para una misión mucho mayor.
El llamado al episcopado y el despertar ante la injusticia
En 1970 fue nombrado obispo auxiliar de San Salvador, y en 1977, arzobispo de la misma arquidiócesis. Su nombramiento fue recibido con esperanza por algunos sectores conservadores del país. Sin embargo, pocos esperaban el giro profético que tomaría su misión pastoral.
La realidad del pueblo salvadoreño —marcada por la represión, la pobreza extrema, la violencia y la marginación— se hizo carne en él tras el asesinato de su amigo cercano, el Padre Rutilio Grande, en marzo de 1977. Grande había sido un defensor valiente de los campesinos y los más pobres. Su muerte marcó un antes y un después en la vida de Romero.
A partir de entonces, el arzobispo comenzó a denunciar con claridad evangélica las injusticias del régimen y las violaciones a los derechos humanos, siempre desde el púlpito y los medios de comunicación de la Iglesia. Su programa radial dominical se convirtió en una voz de consuelo para los oprimidos y una denuncia clara para los poderosos.
Mártir de la verdad y de la justicia
Romero no se aferró a ideologías humanas, sino al Evangelio de Cristo. Defendió la dignidad de toda persona humana y exigió el fin de la violencia. En una de sus homilías más recordadas, el 23 de marzo de 1980, hizo un llamado directo a los soldados salvadoreños:
"Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!"
Al día siguiente, el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la Santa Misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, Romero fue asesinado por un francotirador. Fue abatido en el momento de la consagración, elevando el cáliz con la Sangre de Cristo, entregando así su propia vida como un sacrificio por su pueblo.
Canonización y legado
El proceso para su canonización fue largo y en algunos momentos complejo, pero el testimonio de su vida y martirio fue más fuerte que cualquier resistencia. El Papa Francisco lo beatificó el 23 de mayo de 2015 y lo canonizó como San Óscar Romero el 14 de octubre de 2018, reconociéndolo como mártir, asesinado por odio a la fe.
Hoy, San Óscar Romero es recordado como un profeta de la justicia, defensor de los derechos humanos y testigo fiel del Evangelio. Su figura trasciende fronteras, y su voz sigue resonando en aquellos que luchan por la dignidad humana y por una Iglesia comprometida con los pobres.
Una herencia viva
San Óscar Romero no fue un político, fue un pastor. Y su legado es profundamente espiritual. En palabras del mismo Romero:
“Una Iglesia que no sufre persecución, pero que está cómoda con el mundo, es una Iglesia mundana.”
Su ejemplo sigue inspirando a sacerdotes, laicos y líderes sociales de todo el mundo. En El Salvador y en América Latina, es considerado el mártir de la verdad y el pastor del pueblo.
San Óscar Romero, ruega por nosotros.
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