La trágica historia del embalsamamiento fallido del Papa Pío XII
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Roma, octubre de 1958. La Iglesia Católica se preparaba para despedir al Papa Pío XII, el hombre que había guiado al mundo católico durante la Segunda Guerra Mundial y el difícil período de la posguerra. Sin embargo, lo que debía ser un funeral solemne y digno del Vicario de Cristo, se convirtió en uno de los episodios más embarazosos y macabros del siglo XX dentro del Vaticano. Todo a causa de un procedimiento fallido de embalsamamiento que terminó en la descomposición acelerada, putrefacción pública y la explosión del cuerpo del Santo Padre.
El Papa de la diplomacia
Eugenio Pacelli, nacido en Roma en 1876, fue un hombre de profunda fe y refinada preparación intelectual. Nombrado Papa en 1939 bajo el nombre de Pío XII, su pontificado estuvo marcado por una postura diplomática ante la Segunda Guerra Mundial y un enfoque teológico que influiría profundamente en el Concilio Vaticano II. Sin embargo, su tránsito a la eternidad quedaría marcado por un error médico sin precedentes.
El médico personal y su "método revolucionario"
El protagonista de esta historia es Riccardo Galeazzi-Lisi, médico personal de Pío XII. En vida, Galeazzi convenció al Papa de las virtudes de un método de conservación cadavérica “natural”, basado en hierbas aromáticas, celofán y sin refrigeración. Afirmaba que sus técnicas eran milagrosas, capaces de mantener la elasticidad y aspecto humano del cuerpo por varios días.
El 9 de octubre de 1958, tras la muerte del Pontífice en Castelgandolfo, Galeazzi aplicó su método. Sin autopsia, sin enfriamiento, y en pleno calor romano, selló el cuerpo con capas de celofán sobre hierbas, sellándolo como si fuera un experimento botánico. Lo que siguió fue una catástrofe de escala vaticana.
Descomposición y escándalo
Horas después del embalsamamiento, el cuerpo comenzó a hincharse. Los olores que emanaban eran tan intensos que varios guardias de honor sufrieron desmayos. La situación se agravó durante el traslado del cuerpo a Roma. Cerca de la Basílica de San Juan de Letrán, testigos aseguran haber escuchado ruidos desde el interior del ataúd. El tórax del Papa había explotado debido a los gases de la descomposición.
El cadáver llegó al Vaticano en un estado deplorable. La nariz colapsada, el rostro descompuesto y la piel verdosa daban al Pontífice un aspecto casi fantasmal. Miles de fieles que acudieron a rendirle homenaje se encontraron con un cuadro aterrador. El Vaticano se vio obligado a cerrar temporalmente la Basílica de San Pedro para realizar correcciones de emergencia, entre ellas una máscara de cera y el uso de una tarima elevada para que los fieles no pudieran acercarse demasiado.
Consecuencias para Galeazzi-Lisi
El escándalo no quedó sin consecuencias. El Colegio Cardenalicio expulsó al médico del Vaticano, y el Papa Juan XXIII, sucesor de Pío XII, lo desterró de por vida de la Santa Sede. También fue apartado del Colegio Médico por “conducta indigna”. En un intento de justificar su proceder, Galeazzi escribió en 1960 un libro titulado “Dans l’ombre et dans la lumière de Pie XII”, donde incluyó incluso fotografías de Pío XII agonizante, obtenidas sin consentimiento.
Un legado inesperado
El desastre dejó una marca indeleble en el protocolo funerario de la Santa Sede. Desde entonces, los Papas son embalsamados por expertos con métodos modernos y discretos, y toda innovación sin fundamento es rigurosamente prohibida. La experiencia con Pío XII llevó a sus sucesores a dejar instrucciones claras de no experimentar con sus cuerpos tras la muerte.
Así terminó uno de los funerales más caóticos en la historia papal. Un pontífice que quiso descansar en paz, pero que solo lo consiguió tras días de horror, intervención de especialistas y el silencio solemne del Vaticano. Un recordatorio de que hasta en el umbral de la muerte, el respeto, la prudencia y la ciencia deben prevalecer.
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