Primer discurso de Robert Prevost, el Papa León XIV

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Las primeras palabras de León XIV nos revelan el corazón de un pastor humilde, fraterno y profundamente evangélico. Hay en él ecos de san Agustín, de san Francisco, de san Juan Pablo II y de Francisco: una armonía de tradición, valentía y ternura. Su lenguaje es sencillo, pero lleno de significado: unidad, paz, caridad, misión, diálogo, sin miedo.

Este no es un comienzo programático, sino un acto de fe, una súplica al Pueblo de Dios para que se una en oración, misión y fraternidad.

Que la paz esté con todos vosotros...”

Con estas palabras comienza su ministerio petrino, no con ideas políticas, ni con promesas humanas, sino con el saludo de Cristo resucitado: “La paz esté con vosotros” (Jn 20,19). En ellas, León XIV se presenta como discípulo del Señor, no como soberano, y desea que esa paz –que no es solo ausencia de conflicto, sino presencia de Dios– penetre el corazón de todas las familias. El nuevo Papa quiere comenzar su servicio recordándonos que el Reino de Dios empieza con paz en el alma, y esta paz brota de saberse amados por Dios “de manera incondicional”.



 “Permitidme seguir esa oración, y el mal no prevalecerá...”

Aquí evoca la promesa de Cristo a Pedro: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). León XIV se coloca bajo esa promesa, con humildad, y expresa su deseo de continuar la oración y misión del Papa Francisco, no como repetición, sino como fidelidad viva. Lo hace con esperanza firme: el mal no prevalecerá mientras la Iglesia se mantenga unida y sin miedo.


“Soy un hijo cristiano...”

Esta afirmación es profundamente agustiniana. No se presenta como teólogo, ni como príncipe, ni como maestro, sino como un hijo, y no cualquier hijo: un hijo cristiano. En mis Confesiones escribí: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva…”. León XIV no alardea de sí, sino que se ubica como peregrino junto a todos: “Podemos caminar todos juntos hacia la patria que nos ha preparado Dios.” La patria es el Cielo; la sinodalidad no es táctica, es camino hacia Dios en comunidad, como el pueblo de Israel.

Una Iglesia misionera… abierta a recibir a aquellos que necesitan caridad, presencia, diálogo y amor.”

Aquí el Papa retoma con fuerza el alma del Concilio Vaticano II y la inspiración de san Francisco de Asís: una Iglesia que sale, que recibe, que escucha, y que ama. Habla de diálogo no como mera conversación, sino como encuentro que transforma, como acto de caridad. La Iglesia misionera de la que habla no es triunfalista ni cerrada, sino madre que abre las puertas para sanar, consolar y anunciar.

“Ayudaos mediante el diálogo para hacer un único pueblo siempre en paz.”

Estas palabras son de una hondura pastoral bellísima. León XIV está pidiendo una Iglesia reconciliada, que supere divisiones internas y externas, y que se reconozca como un solo cuerpo. Quiere que seamos un solo pueblo, no por uniformidad, sino por comunión en el Espíritu. El Papa no ignora las heridas del mundo y de la Iglesia; las ve y las quiere curar con diálogo verdadero, que no teme la verdad ni desprecia la caridad.

“Gracias al Papa Francisco... y a los hermanos cardenales... Trabajemos sin miedo para proclamar el Evangelio.”

Su gratitud a Francisco es más que un gesto de cortesía. Es un reconocimiento profundo de su legado profético. Y al agradecer a los cardenales, muestra su humildad y su disposición a caminar con los demás, no por encima. Nos llama a trabajar sin miedo, como Cristo tantas veces repitió: “No temáis.” El Evangelio no se anuncia con temor, sino con la certeza de que Dios guía y sostiene a su Iglesia.

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