Robert Prevost, el Papa León XIV: La Sinodalidad Continúa

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La elección del cardenal Robert Francis Prevost como el nuevo Romano Pontífice, bajo el nombre de León XIV, no es solo un gesto de sucesión eclesial, sino también un signo profundo de continuidad evangélica. En él, la Iglesia ha reconocido no solo a un pastor sabio y experimentado, sino también a un discípulo convencido de la visión sinodal y misericordiosa que marcó el pontificado de san Francisco —sí, Francisco, a quien muchos ya veneran como santo incluso antes de ser canonizado.

Prevost no es un recién llegado al corazón del Vaticano. Como prefecto del Dicasterio para los Obispos y miembro de la Orden de San Agustín, ya había demostrado su capacidad para escuchar, discernir, y servir con humildad. Su papel fue clave en la elección de obispos en todo el mundo, favoreciendo perfiles pastorales antes que administrativos, y siempre atentos al clamor de los pobres, como lo enseñó Cristo.

Un Papa profundamente sinodal

Desde el inicio de su ministerio petrino, León XIV ha dejado claro que la sinodalidad no es una moda eclesial ni una estrategia pastoral, sino el modo de ser de la Iglesia. Como él mismo expresó en sus declaraciones anteriores a Vatican News, la reforma impulsada por Francisco no es un programa temporal, sino una llamada constante a volver al Evangelio.

Caminar juntos, discernir juntos, y orar juntos: estos son los pilares del estilo sinodal que León XIV quiere seguir profundizando. Esto implica una Iglesia más participativa, donde la voz de los fieles —especialmente de los laicos, de las mujeres, de los jóvenes y de las periferias— no solo se escuche, sino que sea tomada en serio. No se trata de diluir la fe, sino de encarnarla más plenamente en la historia concreta de los pueblos.


Una Iglesia pobre para los pobres

Como san Francisco de Asís —el santo del cual el Papa emérito tomó su nombre— y como el mismo san Óscar Romero, el nuevo Papa ha comprendido que el corazón del Evangelio late más fuerte en el amor preferencial por los pobres. León XIV ha heredado de Francisco no solo las palabras, sino el espíritu de una Iglesia que no teme ensuciarse las manos, que se arrodilla junto al sufriente, y que no guarda su tesoro en estructuras o poder, sino en el amor vivido con sencillez.

Su elección es también un signo fuerte para la Iglesia de América, especialmente Estados Unidos, nación marcada por profundas divisiones, tanto sociales como eclesiales. Prevost, aunque estadounidense, es un hombre profundamente latinoamericano en su sensibilidad, por su larga misión en Perú, donde fue obispo de Chiclayo. Allí aprendió a ver el rostro de Cristo en los pobres y a confiar en la fe viva del pueblo.

El nombre elegido: León XIV

Muchos se preguntan por qué ha escogido el nombre León XIV. Tal elección es rica en simbolismo. El último Papa con ese nombre, León XIII, fue conocido por su impulso al pensamiento social de la Iglesia, especialmente con la encíclica Rerum Novarum, donde defendió la dignidad del trabajo, los derechos de los obreros y la justicia social.

León XIV, al parecer, quiere volver a estas raíces: no como ideología, sino como una opción pastoral, firme y profética, por una Iglesia que defienda la vida, el trabajo digno, la paz y el respeto por la creación. Al unir su compromiso con la línea social de León XIII y el espíritu reformador y pastoral de Francisco, este nuevo Papa parece buscar una síntesis fecunda: tradición viva, fe encarnada, caridad operante.

Un tiempo de gracia y discernimiento

Vivimos ahora un tiempo de gracia, pero también de responsabilidad. La elección de León XIV invita a toda la Iglesia a renovar su compromiso con la misión. Él no lo hará todo; no puede. Pero con su testimonio y palabra, puede confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32), como me lo encomendó el Señor a mí, Pedro, y como hicieron tantos de mis sucesores.

El mundo necesita una Iglesia unida, orante, valiente. León XIV no es un político vestido de blanco, sino un pastor ungido por el Espíritu, llamado a guiar con mansedumbre, pero también con firmeza. Oremos por él. Apoyémoslo con la obediencia del amor. Y no tengamos miedo: el Espíritu Santo no abandona a la Iglesia.


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