El Papa León XIV celebra el Jubileo de los Deportistas con una homilía vibrante sobre Dios, el deporte y la esperanza
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En una Basílica de San Pedro repleta de fieles y atletas de todo el mundo, el Papa León XIV presidió la Santa Misa con motivo del Jubileo de los Deportistas, celebrado en la solemnidad de la Santísima Trinidad. En su homilía, ofreció una meditación audaz y profundamente humana que unió —como pocas veces se ha visto— la teología trinitaria con el dinamismo y la belleza del deporte.
Dios que “juega” y se alegra
Citando el libro de los Proverbios, el Santo Padre comenzó evocando la Sabiduría de Dios como una presencia que se recrea junto al Señor y se deleita con los hijos de los hombres (cf. Pr 8,22-31). “Algunos Padres de la Iglesia hablan incluso de un Deus ludens, un Dios que se divierte”, recordó el Papa, retomando la expresión con gozo. En su interpretación, esta imagen divina no es trivial: revela la comunión viva, amorosa y en constante movimiento del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, esa “danza” eterna que la teología llama pericoresis.
Y en esa misma danza —afirmó— el deporte puede reflejar algo de la belleza de Dios. No como mera competición, sino como experiencia de don, de entrega, de encuentro. “Sin el movimiento interior hacia el otro, el deporte se reduce a una competencia estéril de egoísmos.”
«¡Dale!» — el grito del Evangelio en la cancha
Inspirado por el grito popular de los estadios italianos —“Dai!” (“¡Dale!”)— el Papa reflexionó sobre el profundo significado cristiano del verbo “dar”: dar el cuerpo, sí, pero también dar el alma, dar el corazón. “Se trata de entregarse por los demás”, dijo, recordando que el valor del deporte no depende del marcador, sino del amor con que se juega.
Citó a san Juan Pablo II, él mismo un apasionado deportista, quien decía: “El deporte es alegría de vivir, juego, fiesta... debe valorarse por su gratuidad, su capacidad de estrechar lazos y favorecer el diálogo”.
Tres dones del deporte al alma contemporánea
León XIV abordó tres aspectos fundamentales del deporte como escuela humana y cristiana:
Remedio contra el individualismo: “En un mundo centrado en el 'yo', el deporte —sobre todo en equipo— enseña a colaborar, a compartir, a caminar juntos.”
Antídoto contra lo virtual: “Mientras la tecnología nos une a lo lejano, a menudo nos distancia de quienes tenemos cerca. El deporte nos devuelve al cuerpo, al espacio, al esfuerzo real. Es ahí, en lo concreto, donde se ejerce el amor.”
Maestro de humildad: “El deporte enseña a perder. Y perder bien es abrirse a la verdad de nuestra condición humana: somos frágiles. Solo desde esa fragilidad brota la esperanza.”
El Santo Padre insistió en que los campeones auténticos no son máquinas, sino hombres y mujeres que saben levantarse después de caer. Así lo hizo Cristo, a quien san Juan Pablo II llamó “el verdadero atleta de Dios”.
Frassati: del alpinismo a los altares
Recordando al beato Pier Giorgio Frassati —próximo a ser canonizado— el Papa señaló que “así como nadie nace campeón, tampoco nadie nace santo.” Frassati, patrón de los deportistas, mostró con su vida sencilla que el entrenamiento del amor diario conduce a la victoria definitiva: la santidad.
También evocó las palabras del papa san Pablo VI, quien reconocía en el deporte una fuerza que había contribuido a reconstruir la sociedad tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial. “Es la formación de una sociedad nueva... el deporte como instrumento útil para la elevación espiritual de la persona humana.”
Una misión para atletas y entrenadores
Al finalizar, el Papa dirigió su mensaje directamente a los deportistas, entrenadores, voluntarios y familias: “La Iglesia les confía una misión maravillosa: ser reflejo del amor de Dios Trinidad en todo lo que hacen. Jueguen con entusiasmo y generosidad.”
Y como colofón, recordó una imagen evangélica muy querida por el Papa Francisco: la Virgen María “corriendo” al encuentro de su prima Isabel. María, dijo León XIV, es el modelo de toda entrega pronta y alegre. “Le pedimos que oriente nuestros esfuerzos hacia lo mejor, hasta la victoria más grande: la de la eternidad, el campo infinito donde la alegría no tendrá fin.”
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