María, Madre de la Iglesia: la maternidad espiritual que nace al pie de la cruz
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Este lunes siguiente a Pentecostés, la Iglesia universal celebra una fiesta aún joven en el calendario litúrgico, pero enraizada profundamente en la historia de la salvación: la memoria de María, Madre de la Iglesia. Proclamada oficialmente en 2018 por el Papa Francisco, esta memoria litúrgica reconoce a la Virgen María como madre espiritual de todos los cristianos, nacidos del costado traspasado de Cristo en la cruz y vivificados por el Espíritu Santo en Pentecostés.
Raíces bíblicas y patrísticas
Aunque el título "Madre de la Iglesia" no aparece de forma explícita en la Sagrada Escritura, su significado está profundamente contenido en ella. Los Padres de la Iglesia —aquellos santos y doctores de los primeros siglos— veían en María a la nueva Eva, madre de todos los redimidos en Cristo. Así como Eva fue la "madre de todos los vivientes" (Gén 3,20), María lo es de todos aquellos que viven en Cristo y guardan sus mandamientos (Ap 12,17).
San Juan Pablo II explicó que María, al estar íntimamente unida a su Hijo desde la Encarnación hasta la Cruz, colabora como madre en toda la obra redentora. “Ella es madre dondequiera que Él es Salvador y cabeza del Cuerpo Místico”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 973).
La escena del Calvario: “Ahí tienes a tu madre”
La maternidad espiritual de María se hace manifiesta de forma especial en la cruz. En el Evangelio de san Juan leemos:
“Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Jn 19,26-27).
La tradición apostólica ha visto en este gesto el momento en que Cristo entrega a María como madre no sólo de Juan, sino de toda la Iglesia representada en él. María, asociada íntimamente al sacrificio redentor de su Hijo, participa como madre en el nacimiento espiritual del nuevo Pueblo de Dios.
Una fiesta joven con raíces antiguas
Aunque el título "Madre de la Iglesia" fue usado con frecuencia por santos como san Ambrosio y san Anselmo, fue el Papa san Pablo VI quien lo proclamó oficialmente en el Concilio Vaticano II, en 1964. En 2018, el Papa Francisco decretó que esta fiesta se celebrara el lunes después de Pentecostés, uniendo así el nacimiento de la Iglesia con la presencia materna de María en sus albores.
“Declaramos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo cristiano”, dijo san Pablo VI, reconociendo en ella a la madre de Cristo y, por tanto, madre del Cuerpo Místico que es la Iglesia.
La maternidad continua de María
María no sólo fue madre en los momentos clave de la historia de la salvación; su maternidad continúa. Como dijo el Papa san Pablo VI en su Credo del Pueblo de Dios, María “sigue en el cielo ejerciendo su papel maternal respecto a los miembros de Cristo”, cooperando con el nacimiento y crecimiento de la vida divina en las almas.
El Papa Francisco, en una audiencia general, comparó bellamente a la Iglesia y a María como madres que engendran, nutren, acompañan, corrigen y consuelan. Ambas, dijo, caminan juntas:
“La Iglesia y la Virgen María son madres, ambas; lo que se dice de la Iglesia se puede decir también de Nuestra Señora”.
Un llamado a la confianza filial
En esta fiesta, los fieles son invitados a renovar su confianza en la maternal intercesión de María, que no deja de velar por la Iglesia peregrina. Así como acompañó a los Apóstoles en oración en el Cenáculo (Hch 1,14), también hoy intercede por cada bautizado, especialmente en los momentos de dificultad, división y confusión.
"Tú eres la madre de los salvados"
Como dijo san Anselmo, Doctor de la Iglesia:
“Tú eres la madre de la justificación y de los justificados, la madre de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los salvados”.
Al recordar este título de María, la Iglesia proclama con alegría que no camina sola: camina con una Madre. Y como todo hijo que ama, acude a ella con confianza, sabiendo que donde está María, está también el calor del amor de Dios.
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