El Papa León XIV invita a “invertir el tesoro de la vida” en amor y misericordia

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Al mediodía del domingo 10 de agosto, el Papa León XIV rezó la oración mariana del Ángelus desde la ventana del apartamento pontificio, dirigiéndose a cientos de peregrinos reunidos bajo el sol del verano romano en la Plaza de San Pedro. Antes de la oración, el Pontífice ofreció una reflexión sobre el Evangelio dominical y expresó su satisfacción por el reciente acuerdo de paz entre Azerbaiyán y Armenia.

Comentando el pasaje de San Lucas 12,32-48, el Papa destacó la invitación de Jesús a “vender los bienes y darlos como limosna” como un llamado a no retener los dones recibidos de Dios, sino a ponerlos al servicio de los demás. Subrayó que esta generosidad no se limita a lo material, sino que incluye capacidades, tiempo, afecto, empatía y presencia, “todo aquello que hace de cada uno de nosotros un bien único, inapreciable, un capital vivo y palpitante”.

“El don de la vida necesita amor, que es lo único que transforma y ennoblece cada aspecto de nuestra existencia, haciéndonos cada vez más semejantes a Dios”, afirmó el Papa, recordando que Jesús pronunció estas palabras en su camino hacia Jerusalén, donde entregó su vida por la salvación de todos.

León XIV señaló que las obras de misericordia son “el banco más seguro y rentable” para invertir la propia vida, citando a san Agustín: «Lo que das se transformará para ti no en oro ni en plata, sino en vida eterna… porque te transformarás tú». Ejemplificó esta transformación con escenas cotidianas de amor, como una madre que abraza a sus hijos o dos novios que se encuentran, “los más ricos del mundo” por la plenitud de su afecto.

El Pontífice exhortó a no dejar pasar ninguna ocasión para amar, ejercitando la vigilancia del corazón: “Habituarnos a estar atentos, dispuestos, sensibles los unos con los otros, como Jesús lo está con nosotros en cada instante”. Concluyó confiando a la Virgen María, “Estrella de la mañana”, el deseo de ser “centinelas de la misericordia y de la paz”, siguiendo el ejemplo de san Juan Pablo II y de los jóvenes presentes en Roma con motivo del Jubileo.