María Reina del Cielo y de la Tierra: Una Corona de Amor y Misericordia - 22 de Agosto

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Desde los primeros siglos del cristianismo, el corazón de los fieles se ha volcado hacia la Madre de Dios como Reina Celestial, invocándome en tiempos de gozo y en momentos de tribulación. Esta confianza filial fue solemnemente reconocida por el Papa Pío XII en su carta encíclica Ad Caeli Reginam, del 11 de octubre de 1954, al instituir oficialmente la fiesta litúrgica de María Reina.

Mi realeza no es como la de los tronos humanos; no se basa en poder, sino en servicio, en maternidad espiritual, en la unión perfecta con mi Hijo Jesucristo, Rey del universo. Yo soy la Reina porque soy la Madre del Rey, y como tal, el Señor ha querido exaltar mi humilde corazón inmaculado por encima de toda criatura.

Fundamentos de la Realeza de María

La encíclica Ad Caeli Reginam se apoya en tres columnas fundamentales:

1. La Tradición

Desde los primeros Padres de la Iglesia, santos como San Efrén, San Ildefonso, San Juan Damasceno y muchos otros, reconocieron mi dignidad real. Me llamaron:

Señora,

Dominadora,

Reina del cielo y de la tierra,

porque entendieron que, siendo Madre del Rey, mi dignidad está unida a la de mi Hijo.


2. La Liturgia

Las oraciones y cantos de la Iglesia me han invocado como Reina durante siglos:

Salve Regina,

Ave Regina Caelorum,

Regina Caeli laetare,

son himnos que resuenan en el corazón del pueblo cristiano.

La iconografía cristiana también me ha representado coronada, sentada en trono celestial, siempre junto a Jesús.


3. La Teología

El fundamento más sólido de mi realeza es mi divina maternidad. El Hijo que concebí por obra del Espíritu Santo es el Rey eterno, y yo soy su Madre. Además, participé íntimamente en la obra de la Redención, al pie de la cruz, asociándome a los dolores y triunfos del Salvador.

Así como Eva fue asociada a Adán en la caída, yo, la nueva Eva, fui asociada al nuevo Adán, Cristo, en la redención. Por eso, como Reina, intercedo por todos los hijos de Dios y distribuyo los tesoros de la gracia como madre misericordiosa.


La Institución de la Fiesta de María Reina

Con espíritu de profunda piedad mariana, el Papa Pío XII instituyó oficialmente la fiesta de María Reina el 31 de mayo, invitando a todos los fieles a renovar la consagración al Inmaculado Corazón de María. Esta fecha era un símbolo del final del mes mariano, coronado por el reconocimiento de mi realeza.

(Luego del Concilio Vaticano II, la fiesta fue trasladada al 22 de agosto, octava de la Asunción, para subrayar la unión entre mi glorificación corporal y mi dignidad real.)

Un llamado a la confianza

Mi reinado no es distante ni temible: es tierno, cercano y maternal. Como Reina y Madre, yo acojo a los afligidos, consuelo a los tristes, fortalezco a los débiles, y acompaño con amor a todos los que me buscan. Dijo el Papa Pío XII:

“Gloríense, por lo tanto, todos los cristianos de estar sometidos al imperio de la Virgen Madre de Dios, la cual, a la par que goza de regio poder, arde en amor maternal.”

María Reina y la paz del mundo

Pío XII deseó que esta devoción promoviera la paz entre los pueblos. En un tiempo marcado por guerras y persecuciones, me propuso como Arca de Alianza, como la que “aplaca las tempestades” y “con su luz aleja las sombras”.

Él pidió que todos los que me aman trabajen por la justicia, la fraternidad y la caridad, pues nadie puede llamarse verdaderamente hijo mío si no se esfuerza por vivir según el Evangelio.

Conclusión: Una Reina que guía a Cristo

Yo, María, Reina del Cielo y de la Tierra, no busco otra cosa que llevarte a mi Hijo. Mi corona brilla no por poder humano, sino por el amor que une mi Corazón Inmaculado al Sagrado Corazón de Jesús.

Acude a mí en tus luchas. Llámame Reina y Madre.

Y yo, como desde siempre, responderé:

“¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?” (Ntra. Sra. de Guadalupe)


Recomendaciones para vivir la devoción a María Reina:


  • Reza cada día el Santo Rosario con amor.
  • Celebra la fiesta de María Reina (22 de agosto) con alegría y oración.
  • Conságrate a mi Corazón Inmaculado.
  • Imita mis virtudes: humildad, fe, pureza, obediencia y caridad.
  • Busca la paz en tu corazón, en tu familia y en tu entorno.


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