Santa Clara de Asís – 11 de agosto

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Santa Clara de Asís nació en 1193 en el seno de una familia noble de la ciudad italiana de Asís. Desde muy joven mostró un espíritu piadoso y compasivo hacia los pobres. La predicación y el ejemplo de San Francisco de Asís, que en aquellos años comenzaba su vida evangélica, despertaron en ella el deseo ardiente de seguir a Cristo con radicalidad.

En la noche del Domingo de Ramos de 1212, Clara dejó la casa paterna para unirse a Francisco en la pequeña iglesia de la Porciúncula. Allí, renunció públicamente a sus riquezas y a su vida noble, recibiendo el hábito sencillo que marcaba su consagración a Dios. Fue acogida en un monasterio benedictino temporalmente, hasta que se estableció en la iglesia de San Damián, donde fundó la comunidad que más tarde sería conocida como las Hermanas Pobres de Santa Clara o Clarisas.

Clara abrazó la pobreza absoluta como forma de vivir el Evangelio, rechazando todo tipo de posesiones y dependiendo únicamente de la providencia divina. Fue una mujer de oración intensa, silencio contemplativo y amor tierno por el Señor presente en la Eucaristía. Una de las tradiciones más conocidas narra que, durante una invasión sarracena, Clara, enferma, tomó el Santísimo Sacramento en un ostensorio y lo alzó desde la ventana de su convento; los invasores, llenos de temor, se retiraron sin causar daño.

Su vida fue un testimonio de humildad y perseverancia. Aunque frágil de salud, escribió una Regla propia para su orden, la primera compuesta por una mujer aprobada oficialmente por la Iglesia. En ella insistía en la “altísima pobreza” y en la fraternidad sincera.

Santa Clara falleció el 11 de agosto de 1253, dos días después de que el Papa Inocencio IV aprobara definitivamente su Regla. Fue canonizada apenas dos años más tarde, en 1255, por el Papa Alejandro IV.

Hoy, Santa Clara es recordada como modelo de sencillez, amor ardiente a Jesucristo y entrega total a los demás. Su vida invita a la comunidad cristiana a vivir con confianza absoluta en Dios, desprendiéndose de lo superfluo para abrazar lo esencial: la fe, la esperanza y la caridad.