Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

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La Iglesia celebra con gran gozo la Asunción de la Santísima Virgen María, misterio de fe que proclama que, al final de su vida terrena, María fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del Cielo. Este privilegio, concedido por Dios a la Madre de su Hijo, es signo de esperanza para todo cristiano, pues en ella se contempla la plenitud a la que también estamos llamados.

Según la tradición y la enseñanza de la Iglesia, la Virgen María, preservada de todo pecado desde su Inmaculada Concepción, participó de manera única en la obra redentora de su Hijo. Su total fidelidad a la voluntad de Dios y su unión inseparable a Cristo la hicieron merecedora de esta glorificación especial.

A lo largo de los siglos, los fieles han honrado a María en este día con procesiones, cantos, oraciones y flores, reconociendo en ella a la Reina del Cielo y Madre de la Iglesia. La Asunción no solo recuerda un acontecimiento glorioso, sino que invita a los creyentes a vivir con el corazón puesto en las cosas de arriba, siguiendo el ejemplo de la Virgen: humildad, servicio, pureza y entrega absoluta al Señor.

En la liturgia de esta solemnidad, la comunidad contempla a María como la “primicia de la Iglesia glorificada” y pide su intercesión para caminar con fidelidad en la fe. Ella, que ya participa de la vida eterna, acompaña y protege a sus hijos en la peregrinación hacia la patria celestial.

En muchas parroquias, especialmente en aquellas que llevan su nombre, la fiesta se convierte en ocasión de renovada devoción mariana. La Virgen de la Asunción recuerda que nuestra vocación última es vivir para siempre en la presencia de Dios, y que el camino para llegar a Él es el de la fe viva y el amor generoso.