Los enemigos silenciosos del matrimonio y el llamado a la restauración en Cristo

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Un matrimonio no se destruye de la noche a la mañana. Las rupturas suelen comenzar con pequeñas fisuras que, con el paso del tiempo, se convierten en muros de separación. Lo que Dios ha unido con amor y sacramento, puede ser herido por actitudes y hábitos que poco a poco enfrían la relación.

Principales enemigos del amor conyugal

• La pereza, que enfría los gestos de cariño.
• La sospecha constante, que rompe la confianza.
• La falta de respeto mutuo, que degrada la dignidad de la relación.
• La amargura y la falta de perdón, que envenenan el corazón.
• Las discusiones innecesarias, que desgastan la unión.
• Los secretos ocultos, que debilitan la transparencia.
• La infidelidad —ya sea emocional, física, financiera o psicológica— que hiere profundamente.
• La mala comunicación, que levanta barreras invisibles.
• La mentira, que destruye la sinceridad y la paz.
• Dar prioridad a otros sobre el cónyuge, que enfría la relación.

Otros factores que hieren el matrimonio

• La falta de intimidad verdadera.
• Las quejas constantes.
• El poco tiempo compartido.
• La indisciplina en el uso del dinero.
• Exponer los defectos del cónyuge ante otros.
• La frialdad espiritual y la ausencia de oración en pareja.
• El feminismo extremo y el chovinismo masculino.
• La ira descontrolada y el mal humor perpetuo.
• Negarse a asumir con humildad el papel que Dios instituyó para el matrimonio.

Un llamado a la esperanza

Aunque estas realidades son destructivas, no tienen la última palabra. La gracia de Dios puede restaurar lo que parece perdido. La Sagrada Escritura nos recuerda que el amor “todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Cor 13,7).

El matrimonio no se sostiene por sí solo: se edifica cada día con gestos de amor, respeto, perdón, oración y entrega mutua. Cuando los esposos buscan juntos al Señor, Él les da la fuerza para superar pruebas y heridas, y renovar su unión en la verdad y la misericordia.