Testimonio de una monja en el purgatorio: un llamado a la oración y la esperanza

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La tradición de la Iglesia nos recuerda la importancia de orar por las almas en el purgatorio, que están en un estado de purificación antes de entrar al cielo. Un relato que ha resonado a lo largo del tiempo nos habla de una monja que, después de su muerte, obtuvo permiso de Dios para aparecerse a una compañera del mismo convento. Su objetivo era transmitirle lo que sucede en el purgatorio, y cómo las oraciones de los vivos son un alivio para quienes esperan la visión de Dios.

“¡Oh, cuánto deseo estar en el cielo!”, exclamaba aquella alma. “En el purgatorio sufrimos mucho porque aún no podemos ver a Dios. A veces, con gran gozo, vemos a San José, pero no tan frecuentemente como a la Virgen María. Sin embargo, cuanto más se purifica el alma y se acerca al cielo, mayor es su amor por Dios. Es un amor ardiente que crece con cada paso hacia Su presencia divina”.

Esta alma también compartió cómo el valor de las oraciones ofrecidas por los vivos puede traer un gran consuelo:

“No puedes imaginar el bien que una pequeña oración hace por nosotros. Es como un vaso de agua fresca ofrecido a alguien que muere de sed. Por eso, si de verdad quieres agradar a Dios, guarda el domingo como un día sagrado. Reza todo lo que puedas y no te dediques a otras cosas innecesarias. Cuando yo sea liberada del purgatorio, estaré eternamente agradecida por las oraciones y sacrificios que hiciste por mí”.

A lo largo del testimonio, se destacan momentos especiales donde la misericordia divina se manifiesta de manera palpable. La Virgen María, en particular, tiene un papel fundamental en el purgatorio: “Ella viene a visitarnos en los días de sus fiestas y lleva consigo muchas almas al cielo”. Además, existen gracias particulares para quienes han sido devotos al Santísimo Sacramento en vida: “Como recompensa por su respeto al Lugar Sagrado, algunas almas tienen la gracia de pasar su purgatorio frente al altar del Santísimo”.

La monja también describió cómo el alma, al separarse del cuerpo, se encuentra con San Miguel, el arcángel que asiste en el momento del juicio personal: “Fue el primero que vi. Él es el ejecutor de la justicia divina. También pude ver a mi ángel de la guarda, que nunca me abandona”. En este juicio, el alma percibe, como en un espejo, los detalles de toda su vida. Entonces, iluminada por la gracia de Dios, entiende la necesidad de purificarse y, por voluntad propia, va al purgatorio para prepararse y estar plenamente limpia antes de entrar en la gloria eterna.

La intercesión de la Iglesia también juega un papel poderoso: “El día de los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre, es especial, porque muchas almas salen del purgatorio para entrar al cielo. Este día todas las oraciones de la Iglesia benefician tanto a las almas del purgatorio común como a las del purgatorio más profundo. Sin embargo, en la noche de Navidad ocurre otro gran momento de liberación, y muchas almas suben al cielo para contemplar el nacimiento del Salvador”.

Este relato nos invita a reflexionar sobre la realidad del purgatorio y nuestra misión de caridad para con las almas que aún están en proceso de purificación. Oremos sin cesar por ellas, especialmente mediante la celebración de la Santa Misa, la oración del Rosario y pequeños sacrificios ofrecidos por su liberación. Así, un día también ellas, ya en la presencia de Dios, rogarán por nosotros.