La Ascensión de Jesús al Padre
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La Ascensión del Señor es uno de los acontecimientos más significativos en la vida de Cristo y en la historia de la salvación. Este misterio, celebrado por la Iglesia cuarenta días después de la Resurrección, marca el momento en que Jesucristo, tras haber cumplido su misión redentora en la tierra, sube al cielo en cuerpo y alma, en presencia de sus discípulos.
Según los relatos evangélicos, especialmente el de San Lucas (cf. Lc 24,50-53) y el del libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 1,6-11), Jesús condujo a sus discípulos hasta las cercanías de Betania. Allí, levantando sus manos, los bendijo. Mientras lo hacía, fue elevado al cielo y una nube lo ocultó de su vista. En ese momento, dos hombres vestidos de blanco —ángeles— se presentaron ante ellos y les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Este Jesús, que os ha sido arrebatado al cielo, vendrá del mismo modo que lo habéis visto marcharse”.
La Ascensión no debe interpretarse como una despedida, sino como la glorificación de Cristo y el inicio de una nueva presencia: desde el cielo, Jesús intercede continuamente por la humanidad, y su Espíritu es enviado para guiar a la Iglesia. Él no abandona a los suyos, sino que prepara un lugar para ellos junto al Padre (cf. Jn 14,2-3). La Ascensión es, por tanto, un acto de esperanza y promesa: donde ha ido la Cabeza, esperamos ir también nosotros, que somos miembros de su Cuerpo.
Teológicamente, la Ascensión afirma la plena divinidad de Cristo y su dominio sobre todas las cosas. Desde su trono celestial, Él reina glorioso, y su autoridad abarca el cielo y la tierra. La liturgia de la Iglesia subraya esta solemnidad con oraciones y lecturas que destacan su realeza, su sacrificio redentor y su promesa de retorno glorioso al final de los tiempos.
Los Padres de la Iglesia vieron en la Ascensión la culminación de la Pascua: la victoria de Cristo no solo sobre la muerte, sino también su entrada definitiva en la gloria del Padre, llevando consigo la humanidad que asumió en su Encarnación. San León Magno afirmó que, con la Ascensión, "la naturaleza humana fue elevada más allá de la dignidad de todas las criaturas celestiales, hasta sentarse con Cristo en el trono del Padre".
Este misterio invita a los fieles a levantar la mirada al cielo sin perder el compromiso en la tierra. La esperanza cristiana, alimentada por la certeza de que Cristo reina vivo y glorioso, da fuerza para testimoniar su Evangelio con alegría y valentía, a la espera de su regreso glorioso.
Así, la Ascensión de Jesús no es el final de su misión, sino el paso necesario para el envío del Espíritu Santo en Pentecostés y para el nacimiento de la Iglesia, llamada a continuar la obra del Señor hasta su venida definitiva.
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