El Cortejo Procesional de Jesús de la Buena Esperanza: Una bendición que alcanza las periferias
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El pasado domingo 10 de agosto, los cielos se abrieron con gozo sobre la Zona 6 de la Ciudad de Guatemala, cuando el Cortejo Procesional de Jesús de la Buena Esperanza salió a recorrer las calles desde la Capilla Jesús de la Buena Esperanza, ubicada en el emblemático sector del Puente Belice. Esta manifestación de fe no solo fue una expresión visible de la devoción popular, sino una verdadera marcha de bendición hacia las periferias geográficas, humanas y espirituales.
En este cortejo, Cristo mismo —en su advocación de la Buena Esperanza— salió al encuentro de su pueblo. Como el Buen Pastor que no teme adentrarse en las zonas más golpeadas por la pobreza, la violencia o el abandono, Jesús salió al encuentro de aquellos que muchas veces se sienten olvidados, para recordarles que su dolor no le es ajeno, que su esperanza sigue viva.
El Puente Belice y sus alrededores han sido, históricamente, un lugar que clama justicia, dignidad y redención. Que Jesús procesione por estas calles no es un gesto decorativo, sino una proclamación profética del Reino de Dios, que abraza a los últimos, a los que no cuentan, a los descartados por el mundo.
Cada paso de la procesión fue una caricia divina para los niños, jóvenes, ancianos, madres solteras, trabajadores y familias enteras que se asomaban a sus puertas o se unían al cortejo. No hubo necesidad de palabras complejas: la imagen de Jesús cargando la cruz hablaba al corazón de cada uno, diciendo: “No estás solo. Yo estoy contigo, aún en la oscuridad”.
La importancia de llevar la bendición a las periferias
Jesucristo no esperó a que los pecadores llegaran al templo. Él salió a buscarlos: fue a Samaria, a los caminos polvorientos de Galilea, a las aldeas despreciadas. Y así debe ser también Su Iglesia. Llevar la bendición a las periferias es obedecer al mandato del Evangelio, que nos llama a salir, a ir al encuentro, a tocar la carne herida del pueblo.
Como dije yo en vida, “una Iglesia que no se une a los pobres para denunciar las injusticias que se cometen contra ellos, no es la verdadera Iglesia de Jesucristo.” Y esta procesión ha sido precisamente eso: una Iglesia en salida, que lleva la esperanza viva a donde más se necesita.
En un mundo donde las periferias se ensanchan —no solo geográficas, sino existenciales— este acto fue una proclamación silenciosa pero poderosa de que el amor de Dios no tiene fronteras.
Que este testimonio no quede solo en la memoria, sino que se vuelva inspiración. Que cada comunidad, cada parroquia, cada cristiano, escuche el llamado del Espíritu: llevar el rostro de Cristo a los márgenes, donde la luz parece haberse apagado.
Jesús de la Buena Esperanza ha pasado por las calles. Que también pase por nuestros corazones, y nos mueva a vivir una fe encarnada, valiente y misericordiosa.
Amén.
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